Cartas al director

«Vosotros sois Barricada»

David Mariezkurrena


     Con esas palabras de Boni, dichas desde el corazón y con la mirada puesta en los cuatro mil seguidores que abarrotaban la noche del sábado el pabellón Anaitasuna, se pueden definir más de tres décadas de historia de uno de los más grandes grupos de rock que ha parido madre.
     Por encima de nombres propios, y sin querer olvidar a nadie, Barricada no han sido solo cuatro, o seis o siete músicos, ni cerca de 200 canciones repartidas en veintitantos discos… Barricada han sido miles de hombres y mujeres que han elegido su música para acompañar sus vidas, que desde el principio de los tiempos conectaron con el grupo y le acompañaron y arroparon, que sintieron sus letras como suyas, y su música como la gasolina de sus motores, haciéndoles vibrar y quitándoles el miedo a recorrer miles de kilómetros para vivir la magia de su directo, ese poder que solo unos pocos grupos manejan y son capaces de transmitir durante tantos años, y gracias al cual se pueden vivir noches de rocanrol como las tres últimas que Barricada ha ofrecido en lo que se ha constituido como su despedida.
     Para algunos tres noches de despedida era querer alargar lo inevitable, hubo quien les achacó puro mercantilismo, pero a mi parecer ha sido un nuevo hito histórico en la trayectoria de la banda, y simplemente se ha debido a la demanda de sus incondicionales, y de otros cientos de personas que querían revivir las experiencias que atesoraban en su interior como únicas. Y es que quienes hemos vivido tantas alegrías no podíamos dejar de acompañar a Barricada en su trago más duro, es su último agur…
     Ojalá hubieran sido más, porque envidia me da quien ha ido un día con sus hijos, otro con su moza y otro de ellos con sus colegas… Como la vida misma, como la música de Barricada, acompañándonos en todo ese recorrido vital desde la loca juventud, el amor verdadero y ahora en el disfrute de la paternidad.
     Del mismo modo empezó el último de los festivales, la última noche de rocanrol, con un repaso en imágenes a la historia de la banda. Por la pantalla que colgaba sobre el escenario desfilaron –con el aderezo del productor Manolo Gil– las melenas al viento del Drogas que levantaron vivos recuerdos, así como emoción las imágenes del llorado Mikel Astráin, no faltando Fernando Coronado, a las baquetas del grupo durante tantos años. Unos jovencísimos Boni, Alfredo e incluso Ibi diez años atrás, con el actual dueño del bajo, Ander Izeta, completaron la historiografía de la banda: emoción a raudales con la música de «One more kiss, dear» –y directo a mi corazón también con las imágenes de Ixchel– que hacía presagiar la explosión de sentimientos que parecía haberse diseñado para una velada tan especial…
     Pero debo decir que todo lo contrario… Acabado el vídeo, el primer guitarrazo de un Alfredo a la carrera seguido del resto del grupo levantó a todo el público de sus asientos y enfervorizó a la gente de pista de una manera tal, que enseguida comprendí que la magia de Barricada, de los 4.000 Barricadas allí presentes, era mayor que nunca. Que nadie había venido a llorar ni a lamentarse, sino a disfrutar de los grandes himnos del rocanrol. «Noche de rocanrol» fue el primero, toda una proclamación de intenciones coreado con ansiedad por los allí presentes, y a la vez un tributo a los orígenes de la banda. Un «gabon Iruña» dio la bienvenida al festival, y «Písale» transmitió aún más al público la energía desbordada, la rabia de sus instrumentos, así como la vitalidad de sus idas y venidas al extremo del escenario queriendo conectar con su gente allí congregada.
     El pabellón Anaitasuna, que para el que no lo sepa significa ‘hermandad’, todo uno, celebrando este ritual del rock, siguió disfrutando de temas clásicos como «Pasión por el ruido», «Lentejuelas» o «Todos mirando», junto con composiciones de su último trabajo, Flechas cardinales, tan potentes como «Aguardiente» o «Rugir y morder».
     Solo las camisetas y los vasos de cerveza con el lema «Agur Barricada» nos hacían atisbar un poco la realidad, y era en esos momentos cuando las poéticas letras del grupo rozaban y rasgaban algún que otro corazón: «Deja que esto no acabe nunca…», «Pon esa música de nuevo, son un montón de recuerdos…». Pero no era momento de bajones, todavía quedaba mucha noche por delante.
     La rasgada voz del Boni, que ha ido ganando enteros con los años, se apagaba en más de una ocasión para dejar cantar al público los grandes temas de Barricada, y también se agradeció mucho que Alfredo se animara a tomar las riendas del micrófono en temas que, por haber sido interpretados cientos de veces por el Drogas, podíamos haber temido no volver a escuchar en el directo de Barricada. Así pues sonaron «Oveja negra» o esa gran canción que es «Mañana será igual». ¡Ay!, otro roce cerca de la vena aorta, mañana no será igual… pero disfrutemos todavía del hoy, carpe diem!!!
     Cómo no iban a levantar a la gente de sus asientos o volver loco al cada vez más nutrido grupo de gente en pista temas como «Rojo», «Animal caliente» o la explosión esotérica de «En blanco o negro». El bullicio, la fiesta estaba en lo más alto cuando el grupo hizo su primer descanso, ese que obliga la costumbre para agasajar a quienes piden más con los mejores temas de la noche.
     «Beste bat, beste bat» se mezclaba con gritos de «Barricada, Barricada». Se tardó lo justo y necesario para que Alfredo y Boni retomaran la electricidad de sus instrumentos y entonaran la siempre evocadora versión de «Aún queda un sitio», dejando paso a uno de los grandes iconos de la banda: «No hay tregua», con todo el mundo en supremo éxtasis y efervescencia. Uno de los momentos de mayor comunión de Barricada con el respetable siempre se ha dado con «Esta noche no es…», y no fue menos el del concierto de despedida, con Ibi al bombo haciendo corear a cientos de voces y sus compañeros Alfredo, Boni y Ander sentados al pie de la batería, disfrutando en una inversión de papeles de la actuación de su propio público, pero solo hasta que los acordes de «Flechas cardinales», un himno reciente con vocación de futuro, ahora truncado, volvieron a subir la temperatura del pabellón, pese a la gélida noche de noviembre que se vivía en el exterior.
     Podía haber sido un buen final de concierto, pero no el final de la actuación de despedida de los Barri. Todo el mundo queríamos más. «Está claro que no tenéis casa», dijo Alfredo en su regreso al escenario, y si algo había seguro, es que no iba a ser fácil echar a toda esa gente del Anaitasuna, nadie deseaba que esa noche de rocanrol terminara…
     «Pídemelo otra vez» puede ser una de las canciones que más haya tocado Barricada sobre un escenario, y sin duda alguna ese punteo tan especial que es el momento más álgido de esta composición me hizo pensar, quizás a más de uno, que no íbamos a tener la oportunidad de escuchar en vivo y en directo temas como este, nunca más, de la mano de Barricada. Y por lo tanto también hubiera sido una pena no disfrutar una vez más de «Esperando en un billar». La magia de la música nos hace viajar en el tiempo, y oír este temazo fue regresar a los años 80, y recordar grandes noches de rock vividas con los colegas en ese mismo pabellón… Los recuerdos vuelan libres por la cabeza, y la adrenalina a tope una vez más…

     Un poco de miedo en el cuerpo temiendo que llegara el final…, hasta que Boni hizo referencia al barrio en el que nacieron, en el que tocaron el Drogas y él como Barricada por primera vez, en la plaza donde vivía Alfredo, su barrio, mi barrio… No podía faltar en esa noche especial, y «Barrio conflictivo» fue coreado con máximo entusiasmo por los amantes del rocanrol contundente, urbano que decían, barriobajero: «La Txantrea, pesadilla siniestra…». Y como colofón, un grupo de afortunados fans, en representación de todos sus fieles seguidores, pisaron las tablas del escenario para rematar el final de esta canción: «No, no, no nos vamos a dejar, no, no…».
     Difícil la tarea de Alf, Boni, Ibi y Ander de poner fin a esa noche. Para que nos empezáramos a hacer a la idea amagaron con marcharse una vez más, dieron las gracias al público, pidieron aplausos para su equipo técnico, esos amigos que trabajan en la sombra y les han acompañado infinitas veces por las carreteras en tantos y tantos conciertos, pero por respuesta solo tuvieron sonoras y cariñosas pitadas exigiendo más y más música.     Ese había sido el final del concierto la noche anterior, los que lo sabíamos podíamos temer que no regresaran, pero nadie daba un paso en dirección a la salida. Y, como concediendo uno a uno mis últimos deseos, pudimos identificar los acordes de otro de los míticos temas de la banda, otro de los que soñábamos con volver a oír una vez más: «No sé qué hacer contigo…», coreado por el público como si las más de treinta canciones anteriores no nos hubieran afectado lo más mínimo a la voz.
     No será cierto… Esa es… «La silla eléctrica». ¡¡Buaaahh!! Otro de los grandes éxitos de la banda que tampoco podía faltar, uno de los temas que dieron a conocer a la banda, con aquel LP de 1983 llamado Noche de rock & roll, iba a ser el punto final del concierto y de la despedida de nuestra mítica banda. La luz encendida anunciaba el final, y a la vez permitía ver un pabellón puesto en pie saltando y botando, enloquecido de placer al ritmo de: «… ¡¡y no preguntes por qué!!».
     Todos y todas queríamos más, pero los abrazos entre los componentes del grupo, con sus más cercanos subidos también al escenario, la ovación general, las fotos para el recuerdo tomadas por el infatigable Fernando Lezáun, nos llevaron los pies a la tierra. El subidón seguía siendo tan grande que no afloraban los sentimientos encontrados que temíamos nos embargaran tras tantos años de vivir la Barricada. Incluso cuando, tras los largos minutos de aplausos, de sentido homenaje de su gente, los Barri abandonaron el escenario, en épica despedida, poca gente se creía que ese fuera el final.
     Pero los segundos pasaban rápidos. Las luces, el tema «Ya nos veremos», como irónico y sincero deseo, sonando en la megafonía, ahora sí algunas lágrimas entre el público, una buena dosis de rabia por un final que no debía haberse producido cuando el grupo todavía tenía tanto que ofrecer, la cruda corriente de las puertas del Anaita abiertas de par en par… ¿Se acabó…? Solo quedaba ya la inocente esperanza de que alguien retornara a los micrófonos y nos dijera: «¿A dónde vais? ¿No queréis más rocanrol????» y nos deleitara con cuatro o cinco temas más…
     No, no se obró el milagro, ese momento tenía que llegar y ahí estaba. Una brillante trayectoria había llegado a su fin y se había despedido a lo grande, en una de las más intensas noches de rocanrol que en mucho tiempo se podrán recordar en la vieja Iruña. Y no porque hubieran tocado los mayores virtuosos del mundo, ni porque fueran las mejores canciones de la historia del rock, sino porque se había producido una vez más el hechizo, la magia, el encantamiento… La mezcla de los músicos, las canciones y el público en la marmita del Anaitasuna crearon la pócima mágica, algo cuyo secreto nadie puede explicar y que difícilmente se volverá a repetir en muchos de nosotros y nosotras, tras toda una vida mamando del cáliz brujeril del rock made in Txantrea. Seguramente porque es la música que se mete en la cabeza en una edad casi infantil, la primera música, ese primer amor, el que nos acompañará toda la vida… habrá otras bandas, grandes noches de rock, nos quedarán sus canciones, pero… nunca será lo mismo.
     Aun así, como nos dijo también el Boni: «Vosotros sois el rock, sin vosotros no hay rocanrol», por lo tanto, un último deseo: «Larga vida al rocanrol». Mila esker, Barricada.

5 comentarios:

  1. Pedazo cronica David!!!
    Lo has reflejado todo perfectamente....

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  2. ¡Madre mía, David! ¡Me has dejado temblando de emoción! He llegado tarde a la "Barricada" pero he bebido la pócima y estoy... ¡Encantada! Encantada por las canciones, que ponen a ese barrio, a esta ciudad en un lugar histórico; encantada de haber podido conocer a los pedazos (para mí, enteros) de artistas que son Boni, Alfredo, Ander, Ibi... y cómo no, todos a los que les curran "tras las cortinas"; encantada de haber podido comprobar la madera con la que están hechas todas estas personas, una madera de olor dulce, resistente pero flexible, noble, hermosamente tallada de fuera a dentro... Para mí, ha sido corto, muy corto el trayecto que he podido recorrer con ellos, tras de ellos, a su lado... Pero este no será el final. Estoy segura.

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  3. SIN PALABRAS siempre estareis ahi en el barrio

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