sábado, 12 de noviembre de 2016

Crónica del seguimiento de la XV Semana del Pintxo realizada por Susana Rodríguez Lezaun (3)

Tercera tarde acompañando al jurado en su ronda por los bares participantes en la XV Semana del Pintxo de la Txantrea y me estoy empezando a preocupar seriamente. Mi capacidad de asombro está al límite, cuando creía que ya lo había visto todo, que nada puede estar más delicioso ni ser más original que lo que acabo de degustar, un cocinero sonriente me da un nuevo zarpazo al paladar y me deja como estoy ahora mismo: sin palabras, y eso, teniendo en cuenta mi profesión, es un problema. ¡Flaco favor me está haciendo la organización, “obligándome” a probar todas esas delicias! Eso sin contar las amistades peligrosas que estoy forjando, de las que ya hablaremos en otro momento.
Llueve (¡cómo no!) cuando llegamos a nuestra primera parada del día, el Bar Quinto Real, en la avenida de Villava, la arteria principal del barrio, la que marca el norte y el sur de la Txantrea. Es un bar de los de toda la vida, pero está muy cambiado desde la última vez que pasé por aquí. Sus actuales propietarios, el matrimonio formado por Raúl y Mayra, han traído hasta Pamplona el calor y el sabor de Ecuador, que han plasmado también en el pintxo que presentan, y que han llamado “Copita de mar”. En mi opinión, sobra el diminutivo, es toda una señora copa. Se trata de su particular versión del ceviche, elaborado a partir de langostinos, panga, tomate y crujiente de plátano (¡tenía que haberle pedido la receta, estaba fantástico!). La salsa es tomate natural licuado, con cilantro, sal y limón, cebolla roja y un poco de lima. Con todo eso en la boca dan ganas de levantarse y ponerse a bailar. Los más osados pueden acompañar el pintxo con un poco de ají muy picante. Es toda una experiencia gastronómica.
La lluvia, contagiada quizá por el calor y el color que desprende este bar, ha decidido irse con la música a otra parte, y nos dirigimos a nuestra siguiente parada mientras charlamos sobre ceviches, picantes y extintores. Tengo que visitar Sudamérica un día de estos…
El Ogiberri de la plaza de Arriurdiñeta estaba de bote en bote, como suele ser habitual a esas horas de la tarde. Eso sí, en un momento, Txabo nos organizó una mesa más que amplia y desoyó nuestra petición de que nos sirviera tres o cuatro pintxos para compartir entre todos. ¡Gracias! Así pude comerme yo sola un delicioso “Spartako”. La espada del gladiador llevaba ensartados sabrosos y tiernos trozos de pechuga de pollo que había permanecido al menos veinticuatro horas marinando con pimienta y guindilla. Para acompañar, una salsa de yogur griego con queso y cebollino que devoramos como si fuéramos los leones del circo, dando también cumplida cuenta de las tostadas con pasas que completaban el plato. Al terminar, sonreíamos como emperadores. El único problema que tuvimos en este local fue conseguir que el cocinero, Jon Cabeza, posara para la foto. No lo conseguimos, pero Txabo hizo finalmente los honores y se sometió al suplicio de sonreír a Patxi Ilundain, nuestro retratista de cabecera.
Dos pasitos y estábamos en el Harpea, donde nos esperaban a mesa puesta, como a mí me gusta. Óscar Garcés, el responsable del bar, se ocupó al instante de acomodarnos y, una vez más, no nos hizo ni caso cuando quisimos compartir los pintxos. Ser jurado no impone nada… Nos explicó que la creación que ha ideado este año, y que ha bautizado como “Desde Kuba con amor” por motivos un poco peregrinos y largos de explicar, está elaborada a partir de caldo de pato, foie y hongos con una base de cebolla a punto de caramelizar, todo ello en una crema de patata a la pimienta. Lo asombroso de este pintxo es que la pimienta no se deja sentir hasta que has terminado de comer, cuando aparece en el paladar y deja un regusto agradable y cálido, como si abrazara el resto de los sabores que has ido paladeando hasta ese momento. El cocinero, Juan Manuel Martín, sentía el peso de la fama mientras posaba con el vasito en el que se presenta el pintxo, y no es para menos: no paraba de sacar pintxo tras pintxo en un local lleno hasta la bandera.
Como un cura con dos parroquias. Así llegamos al bar Euntze, en el cercano paseo de Federico Soto. Edorta Etxeberria y Ainhoa Iparraguirre, sonrientes como siempre, se interesan por nuestro periplo por el resto de locales. ¿Será interés genuino o un poco de curiosidad por saber qué le van pareciendo al jurado los pintxos que ha probado y dilucidar, así, las posibilidades que el suyo tiene de ganar? En serio, si algo descubrí el año pasado y confirmo este, es que entre los hosteleros de la Txantrea la palabra competencia no tiene en absoluto connotaciones negativas. Saben que lo que es bueno para uno, es bueno para todos, y no es extraño encontrar propietarios de bares tomando algo y charlando en los bares de la “competencia”.
Nos sentamos y conseguimos ¡por fin! que nos sirvan menos pintxos que las personas que somos. Contenta… hasta que descubro la trampa. En cada pintxo hay dos raciones, ¡dos! Así que estamos en las mismas. Pero una vez más, me alegro. Lo primero que llama la atención del pintxo, que han llamado “Disfruta-tú” es que lo sirven en una diminuta cazuelita, una especie de pequeña paellera de lo más original. En el interior, dos tostadas de magret de pato sobre una salsa de vino rosado y coronadas con verdura confitada y naranja amarga. La combinación de sabores es explosiva y maravillosa, una conjugación muy acertada que llena el paladar y pasa a formar parte al instante de la memoria gastronómica del comensal.
La aventura está a punto de llegar a su fin. Nos quedan cuatro establecimientos por visitar y, después, el jurado deberá enfrentarse a la dura tarea de elegir. Si fuera yo, me declararía en rebeldía, seguro.


Susana Rodríguez Lezaun

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